Un estudio exploratorio con 515 estudiantes universitarios, la mayoría de ellos en universidades de Ponce, encontró que el 56% de los alumnos mostraba síntomas de depresión; el 46% de tenía síntomas severos de ansiedad y el 24% indicios moderados.

Primero la respiración le cambia, se agita y pierde el apetito. No puede concentrarse en sus tareas. Cualquier asunto a su alrededor lo distrae. Sus emociones se descontrolan con facilidad. Un simple desacuerdo que en el pasado sacudía en unos minutos ahora lo persigue todo el día.

Los detonantes en la mayoría de los casos son cosas simples: un trabajo de la universidad, una interrupción en sus labores, algún cambio en las instrucciones de algún proyecto que ejecuta, una canción triste o un simple desacuerdo. Eso es suficiente para arruinarle todo el día, y la noche, porque muchas veces has- ta pierde el sueño. José (nombre alterado) es un estudiante universitario, tiene 21 años, vive en Moca y diariamente tiene que luchar con sus síntomas de ansiedad y depresión.

Y no es el único.
Un estudio exploratorio con 515 estudiantes universitarios, la mayoría de ellos en universidades de Ponce, encontró que el 56% de los alumnos mostraba síntomas de depresión. Del mismo modo, el 46% de los alumnos tenía síntomas severos de ansiedad y el 24% indicios moderados.

“Una conversación por la mañana me arruina todo el día. No tiene que ser una discusión. Un simple desacuerdo se convierte un problema de todo el día. Son cosas sencillas que normalmente deben aturdir unos minutos”, dijo el estudiante, quien prefirió que no se le identificara con su nombre real. Indicó que en un intento por recobrar una mejor estabilidad mental comenzó a correr por las tardes en una pista atlética cerca de su casa. “Es lo único que logra mejorar mi ánimo. No puedo escuchar música porque si la canción es triste o me acuerda algo, toca una fibra que no quiero que toque y lo
evito. Trato de concentrar mi mente en cosas como el deporte para pensar en otras cosas”, dijo.
Julio Jiménez, académico del Ponce Health Sciences University y líder del estudio, explicó que es lógico pensar que esta situación no se limita a los estudiantes universitarios, sino que se extiende a otros sectores de la población. “El estudio realmente corresponde a una primera fase que era identificar si tenemos un problema o no. Ahora queremos profundizar en los resultados”, dijo
El estudio fue diseñado por el Comité Interuniversitario para la Prevención y Estudio del Cáncer (CIPECA), grupo compuesto por 10 estudiantes universitarios que desde hace más de tres años promueven la reducción de los factores de riesgos asociados al cáncer. Ante la pandemia, el Comité redirigió sus esfuerzos en un intento por determinar la amplitud del deterioro en la salud mental de la población ante la pandemia del COVID-19 y los terremotos de inicios de año.
La iniciativa se concentró en idear, distribuir y analizar las contestaciones de un formulario que busca identificar los síntomas de ansiedad y depresión entre los universitarios entre 18 y 26 años con una carga académica a tiempo completo.
“Son jóvenes universitarios que han estado expuestos a dos desastres naturales significativos, terremotos y ahora la pandemia. A veces pensamos por ser jóvenes no se afectan, sin embargo, este estudio está evidenciando que no es así”, dijo Jiménez. Entre los síntomas examinados está la pérdida de sueño, alteraciones en el apetito, el consumo de alcohol, cigarrillos, drogas y actividad física, entre otros.
Uno de los síntomas más comunes fue alteraciones en el sueño, en especial insomnio. Cerca del 60% de los estudiantes afirmó tener problemas conciliando el sueño en comparación con periodos previo a los terremotos y la pandemia. Del mismo modo, el 70% dijo experimentar cambios en su apetito. En el caso de José, esto se manifiesta con inapetencia durante el día y consumo en exceso de alimentos por las noches. “Cuando llega la noche, lo devoro todo”, dijo.
“Muchos estudiantes también dijeron tener dificultad para concentrarse, confusión o aturdimiento”, expresó Jiménez, quien enfatizó que la presencia de síntomas no implica un diagnóstico, ya que para eso se necesita una evaluación mucho más profunda que un cuestionario. El estudio no encontró que más jóvenes consumieran drogas, alcohol o tabaco. No obstante, los resultados dan indicios de que los que ya con- sumían sustancias lo hacen ahora con mayor frecuencia.
“En el estudio explorábamos si los participantes asociaban sus respuestas más al terremoto o a la pandemia o a ambos desastres naturales. Más del 60% coincidió en que era ambos”, explicó Jiménez.
Gianni Morales Martínez, estudiante de la Pontificia Universidad Católica en Ponce y uno de los que elaboró el estudio, explicó que aún con la elevadísima presencia de síntomas de depresión y ansiedad, los resultados no le sorprendieron porque ya se había percatado de las dificultades que se enfrentaban muchos de sus compañeros de clase.
“No me sorprendió porque lo veo en mis compañeros de mi universidad… Los síntomas que más he visto en mis compañeros es la pérdida de motivación. Realmente, eso provoca que no tengan ganas de realizar sus trabajos y se sientan deprimidos, tristes, porque no son tan productivos como creen que deberían ser y hasta que haya una vacuna efectiva no podremos volver a un estilo de vida que se asemeje a la normalidad de antes”, explicó el estudiante sobre la iniciativa, que fue financiada por el Ponce Research Institute, la Fundación Intellectus y la Ponce Health Sciences University.
“Normalmente, uno tiene un sentido de productividad cuando uno está en la universidad porque uno siente ese enfoque. La modalidad virtual baja esa motivación. Estar en sus casas sin poder salir les causa problemas porque somos seres sociales y no tener ese contacto directo afecta”, añadió Morales Martínez. Jiménez, por su parte, explicó que, de ordinario, las interacciones sociales y los vínculos que se desarrollan entre las personas en la adolescencia y la temprana adultez son importantes para el desarrollo humano. Del mismo modo, la literatura científica sugiere que entre el 70% y el 80% de los desórdenes mentales comienzan a manifestarse desde antes de los 26 años.
“Si el trastorno aparece en edades tempranas pues ese joven tendrá probabilidad de que desarrolle un trastorno de salud mental”, explicó.
El académico indicó que la respuesta a la pandemia ha girado, con razón, en la protección de las personas de edad avanzada. No obstante, ante lo que parece ser un rápido deterioro en la salud mental de los jóvenes es importante que las instituciones públicas y privadas desarrollen alternativas para mitigar el impacto.
Sostuvo que las personas deben estar alertas sobre los cambios en la conducta de sus hijos, en especial, si se presentan ansiosos, aislados, distraídos o con dificultad para socializar con las demás personas. “Debemos considerar la presencia actual de estos síntomas, abordar el problema y evitar que en el futuro algunos de estos jóvenes desarrollen trastornos como depresión mayor o algún trastorno de ansiedad tipo estrés post-traumático, ansiedad generalizada o trastornos de pánico”, dijo.
“Son jóvenes universitarios que han estado expuestos a dos desastres naturales significativos, terremotos y ahora la pandemia. A veces pensamos por ser jóvenes no se afectan, sin embargo, este estudio está evidenciando que no es así”
JULIO JIMÉNEZ
ACADÉMICO DEL PONCE HEALTH SCIENCES UNIVERSITY Y LÍDER DEL ESTUDIO
“No me sorprendió porque lo veo en mis compañeros de mi universidad… Los síntomas que más he visto en mis compañeros es la pérdida de motivación”
GIANNI MORALES MARTÍNEZ
ESTUDIANTE DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE PONCE Y UNO DE LOS QUE TRABAJÓ EL ESTUDIO